La fábula de los ratones mensajeros (O de cómo la bruja Herminia aprendió de una piedra)
Texto e ilustración: Xan López Domínguez
Edebé, Barcelona, 2017
«Segunda aventura de la bruja Herminia. Se trata de una historia que se pierde en lo ancestral, en los vientos, en la lluvia, en las piedras, en el bosque,… Interpretada por un grupo de animales a cada cual más reafirmado en toda su animalidad.»
La fábula de los ratones mensajeros es una segunda parte de Viaje a Dragonia. Esta vez la bruja Herminia tiene que hacer de intérprete ante una multitud de animales y una piedra. El autor hizo dos versiones: una en español y otra en gallego.
Hace muchas lunas, es decir, hace mucho tiempo, los animales se comunicaban entre ellos gracias a los Mensajeros del Mundo Animal. Su tarea consistía única y exclusivamente en llevar mensajes de unos animales a otros con rapidez y discreción. A cambio, los mensajeros obtenían ciertos beneficios, como el de ser intocables para los demás animales, o el de poder establecer una tarifa por sus servicios. Así fue hasta que todo cambió.
Mucho tiempo atrás, los topos eran, según esta fábula en prosa, roedores expertos en andar bajo tierra, que actuaban a través de sus túneles como mensajeros para toda clase de animales. Como premio a sus servicios, recibían fresas, el pago que más les podía gustar. Sin embargo, como durante el otoño y el invierno no se daban las fresas, los animales quedaban incomunicados con sus familiares y amigos mientras los topos dormían es sus toperas. Para conseguir estar en contacto todo el año, los grandes depredadores convocaron una reunión para decidir qué clase de animales estarían dispuestos a ocuparse, durante todo el año, del servicio de mensajería. En este caso, los ratones se ofrecieron a servir como mensajeros del mundo animal, a cambio de no ser considerados como plato favorito por la mayoría de las especies y ser recompensados con su alimento preferido: el queso. Sin embargo, dado que los animales salvajes ni saben producir el queso ni lo adquieren de los humanos, el trato no resultó viable. El autor, que de niño fue repartidor de telegramas, narra una historia divertida y suavemente irónica, sobre la incomodidad que supone ejercer oficios de mensajería y lo lógico que es que nadie se preste a desempeñarlos. Tanto el texto como las ilustraciones, realizadas por él mismo, resultan originales e imaginativas y ponen de manifiesto con claridad el esfuerzo que exigen algunos trabajos muy útiles aunque parecen modestos y sin importancia.
Autor/a: Xan López Domínguez
Ilustrador/a: Xan López Domínguez
ISBN: 978-84-683-2966-6
№ páginas: 144
Tamaño real: 13 × 19,5 cm. Rústica